La libertad de expresión, tema
tan tratado y tan tergiversado también, en líneas generales, se define como la
libertad de que goza todo ciudadano para expresar sus ideas, y es esencial para
llegar a la verdad, pues permite poner en igualdad de condiciones todas las
reflexiones para que así otros individuos aprecien qué ideas son verdaderas,
falsas, o relativas de acuerdo con su criterio. Este derecho se establece en el
artículo 19 de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, en el que se
lee: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este
derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de
investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin
limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”
Este artículo es bastante claro:
cuando alguien expresa su pensar, debe ser respetado, y ese respeto es el que
permite que siga difundiendo sus reflexiones; así lo establece claramente el
artículo 18 de la misma declaración: “Toda persona tiene derecho a la libertad
de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad
de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su
religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en
privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.”
Como puede verse, el
funcionamiento de la libertad de creencia y de la libertad de expresión es
bastante sencillo, y ambos van de la mano: puedo creer en lo que desee siempre
y cuando respete, a su vez, las creencias de los otros; y puedo expresar mis
ideas libremente siempre y cuando respete las ideas de los demás.
Este año 2015 se inaugura con un
atentado al semanario Charlie Hebdo
en París, cuyo saldo es de 12 personas muertas y once heridos más, cuatro de
ellos de gravedad. Esta revista es conocida por sus críticas y sátiras
enfocadas en la religión, pero particularmente por las caricaturas en las que
se burlaban de Mahoma y el Islam en 2006 y por las que fue demandada en 2007
por autoridades islámicas en Francia. ¿Cuál es la importancia de tener en
cuenta este antecedente antes de salir a la calle con un letrero que diga “Je
suis Charlie”?
Los discursos de odio se han
generalizado no sólo en Europa o en Medio Oriente, sino en todos los países del
orbe; no debe perderse de vista las amenazas de guerra nuclear en las que
Rusia, Estados Unidos, Irán y Corea del Norte se han visto involucrados, ni
tampoco los conflictos en la Franja de Gaza o las intervenciones militares en
Ucrania. Todas estas amenazas de ataques entre países se deben claramente a
motivos colonialistas que no vale la pena desarrollar puesto que el centro de
este ensayo no es ese.
Lo que me interesa tratar no son
las necesidades expansionistas de las potencias económicas mundiales, sino lo
que a su vez se ha generado no en este siglo xxi,
sino desde hace cientos de años: el odio. Todos los países, a través de sus gobiernos
e incluso de su religión, han fomentado el odio hacia lo que es distinto: los
estadounidenses odian a los inmigrantes porque se están estableciendo en sus
dominios y quitan a su vez oportunidades a los ciudadanos; los cristianos odian
a los islamistas porque los consideran radicales; los blancos odian a los
indios por representar un retroceso en la evolución; y en general, se odia todo
lo que no se conoce porque es un atentado a la costumbre. Son estas ideas
(personales, y respetables, si se quiere), las que han permitido que haya
crímenes como los constantes bombardeos en Gaza, este atentado a Charlie Hebdo o incluso la caída de las
Torres Gemelas en Nueva York, y que el mundo se sumerja en lo que se ha
denominado una avanzada hacia la Tercera Guerra Mundial
Ahora, retomando el por qué no soy Charlie, quisiera acotar dos cosas: la primera, me parece que los conceptos
de “libertad de imprenta” y “libertad de expresión” están siendo erróneamente
usados; la libertad de expresión establece que se respeta la opinión del otro
siempre y cuando se emita con pleno respeto a las ideas que no se comparten,
pues esta diferencia es la que permite la reflexión que a su vez otros
individuos podrán hacer de las circunstancias. Así, yo considero que el ataque
a Charlie Hebdo es producto de los
discursos “racistas” (así, con comillas) dirigidos a una comunidad que si a
algo está dispuesta es a morir por Alá y por Mahoma; esta opinión puede o no
ser compartida, y respetaré de igual manera a quienes consideren que Charlie no es racista o que los
musulmanes son agresivos sin razón.
La segunda es que esto no quita lo deleznable del
hecho: asesinar a doce personas en nombre de Alá no es para nada comprensible y
sigue siendo un crimen, pero para castigar ese crimen hay leyes, y los
gobiernos deben ceñirse a lo que estas digan. Pero apelando a esas leyes de
nuevo se vuelve al odio: la gente pide justicia, y justifica su petición al
decir que debe crearse “un frente unido contra la barbarie”, pues los
islamistas han comenzado “una guerra no declarada” que enfrenta a los franceses
con “una ideología mortífera”. ¿Considerar al Islam una ideología mortífera no
alimenta una aversión a lo que no es el cristianismo, ni Francia, ni lo
occidental?
Así, yo no soy Charlie porque no
podría expresarme de esa manera de una de las religiones, sí, más radicales,
pero también más atacadas; yo no podría hablar así de personas que en sus
propios países sufren de vejaciones no por creer en Alá, sino por creer, como
Europa o América, en sus gobernantes; yo no podría hacer una caricatura
ridiculizando una religión porque no me gustaría ver ridiculizado ni a
Jesucristo ni a Buda ni a Brahma, Vishnu, Shiva, la Virgen de Guadalupe o
cualquier otra representación de lo divino.
Lo que me queda claro es que esa aversión
racial, religiosa o política es una de las muchas caras del mismo padecimiento:
el miedo que tenemos a lo desconocido, y el miedo que tenemos de ser distintos.
Y ese es el único sentimiento que alimenta el mundo de hoy en día, lo único que no nos hace diferentes.