domingo, 6 de diciembre de 2009

El poder de la mirada

No puedo describir la última vez que pude experimentar una sensación tan rara y a la vez tan gratificante; ni siquiera recuerdo cómo fue que pasó ni quién fue testigo. Esas cosas no habían despertado alguna creencia en mi desde hacía ya mucho tiempo.
Pero todo sucedió de nuevo y no pude más que dejarme seducir por un momento que parecía mágico y me ofrecía una misteriosa oportunidad.

Sólo recuerdo que lo vi de lejos una sola vez; sus ojos se encontraron con los mios por un instante que me pareció eterno, que detuvo el tiempo. Después nuestras miradas se separaron para no encontrarse a pesar de mis vanos intentos; pero ahí estaba de nuevo, y ya no eran solamente esos ojos claros que me habían cautivado, sino su cuerpo entero erguido frente a mi. Me quedé pasmada hasta que un ruido extraño me despertó de mi ensueño y me hizo saber que más allá de ese ser había una realidad que me llamaba a gritos.

Desde ese instante las miradas se convirtieron en un código que no recuerdo, en mensajes que desconozco y que no he hallado; el contacto ni siquiera era necesario porque su perfume llegaba a mi a través del aire, sus manos y sus brazos me tocaban cada vez que sus ojos se posaban aunque fuera un instante; la búsqueda de lo inefable en medio de la multitud había comenzado sin que me diera cuenta.

Y sin esperarlo ya estaba de nuevo frente a mi, dispuesto a hablar... hasta que una nueva oleada de música, personas y desventuras nos separó para nunca más unirnos.

Ahora que los días han pasado me queda el recuerdo de esos ojos mirándome fijamente sin parpadear y la sensación de haber escuchado palabras nunca emitidas.
No quiero ni siquiera imaginarme su voz. El misterio de ese encuentro es lo que mantiene la esperanza de escuchar lo que no se pudo decir y que probablemente nunca será escuchado.