viernes, 9 de enero de 2015

Por qué yo tampoco soy Charlie

La libertad de expresión, tema tan tratado y tan tergiversado también, en líneas generales, se define como la libertad de que goza todo ciudadano para expresar sus ideas, y es esencial para llegar a la verdad, pues permite poner en igualdad de condiciones todas las reflexiones para que así otros individuos aprecien qué ideas son verdaderas, falsas, o relativas de acuerdo con su criterio. Este derecho se establece en el artículo 19 de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, en el que se lee: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y de recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.”
Este artículo es bastante claro: cuando alguien expresa su pensar, debe ser respetado, y ese respeto es el que permite que siga difundiendo sus reflexiones; así lo establece claramente el artículo 18 de la misma declaración: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.”
Como puede verse, el funcionamiento de la libertad de creencia y de la libertad de expresión es bastante sencillo, y ambos van de la mano: puedo creer en lo que desee siempre y cuando respete, a su vez, las creencias de los otros; y puedo expresar mis ideas libremente siempre y cuando respete las ideas de los demás.
Este año 2015 se inaugura con un atentado al semanario Charlie Hebdo en París, cuyo saldo es de 12 personas muertas y once heridos más, cuatro de ellos de gravedad. Esta revista es conocida por sus críticas y sátiras enfocadas en la religión, pero particularmente por las caricaturas en las que se burlaban de Mahoma y el Islam en 2006 y por las que fue demandada en 2007 por autoridades islámicas en Francia. ¿Cuál es la importancia de tener en cuenta este antecedente antes de salir a la calle con un letrero que diga “Je suis Charlie”?
Los discursos de odio se han generalizado no sólo en Europa o en Medio Oriente, sino en todos los países del orbe; no debe perderse de vista las amenazas de guerra nuclear en las que Rusia, Estados Unidos, Irán y Corea del Norte se han visto involucrados, ni tampoco los conflictos en la Franja de Gaza o las intervenciones militares en Ucrania. Todas estas amenazas de ataques entre países se deben claramente a motivos colonialistas que no vale la pena desarrollar puesto que el centro de este ensayo no es ese.
Lo que me interesa tratar no son las necesidades expansionistas de las potencias económicas mundiales, sino lo que a su vez se ha generado no en este siglo xxi, sino desde hace cientos de años: el odio. Todos los países, a través de sus gobiernos e incluso de su religión, han fomentado el odio hacia lo que es distinto: los estadounidenses odian a los inmigrantes porque se están estableciendo en sus dominios y quitan a su vez oportunidades a los ciudadanos; los cristianos odian a los islamistas porque los consideran radicales; los blancos odian a los indios por representar un retroceso en la evolución; y en general, se odia todo lo que no se conoce porque es un atentado a la costumbre. Son estas ideas (personales, y respetables, si se quiere), las que han permitido que haya crímenes como los constantes bombardeos en Gaza, este atentado a Charlie Hebdo o incluso la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, y que el mundo se sumerja en lo que se ha denominado una avanzada hacia la Tercera Guerra Mundial
Ahora, retomando el por qué no soy Charlie, quisiera acotar dos cosas: la primera, me parece que los conceptos de “libertad de imprenta” y “libertad de expresión” están siendo erróneamente usados; la libertad de expresión establece que se respeta la opinión del otro siempre y cuando se emita con pleno respeto a las ideas que no se comparten, pues esta diferencia es la que permite la reflexión que a su vez otros individuos podrán hacer de las circunstancias. Así, yo considero que el ataque a Charlie Hebdo es producto de los discursos “racistas” (así, con comillas) dirigidos a una comunidad que si a algo está dispuesta es a morir por Alá y por Mahoma; esta opinión puede o no ser compartida, y respetaré de igual manera a quienes consideren que Charlie no es racista o que los musulmanes son agresivos sin razón.
La segunda es que esto no quita lo deleznable del hecho: asesinar a doce personas en nombre de Alá no es para nada comprensible y sigue siendo un crimen, pero para castigar ese crimen hay leyes, y los gobiernos deben ceñirse a lo que estas digan. Pero apelando a esas leyes de nuevo se vuelve al odio: la gente pide justicia, y justifica su petición al decir que debe crearse “un frente unido contra la barbarie”, pues los islamistas han comenzado “una guerra no declarada” que enfrenta a los franceses con “una ideología mortífera”. ¿Considerar al Islam una ideología mortífera no alimenta una aversión a lo que no es el cristianismo, ni Francia, ni lo occidental?
Así, yo no soy Charlie porque no podría expresarme de esa manera de una de las religiones, sí, más radicales, pero también más atacadas; yo no podría hablar así de personas que en sus propios países sufren de vejaciones no por creer en Alá, sino por creer, como Europa o América, en sus gobernantes; yo no podría hacer una caricatura ridiculizando una religión porque no me gustaría ver ridiculizado ni a Jesucristo ni a Buda ni a Brahma, Vishnu, Shiva, la Virgen de Guadalupe o cualquier otra representación de lo divino.
Lo que me queda claro es que esa aversión racial, religiosa o política es una de las muchas caras del mismo padecimiento: el miedo que tenemos a lo desconocido, y el miedo que tenemos de ser distintos. Y ese es el único sentimiento que alimenta el mundo de hoy en día, lo único que no nos hace diferentes.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Certeza

Dicen los que saben que un día desperté y ya no estabas a mi lado; que me puse a correr como una loca por la casa vacía de tu recuerdo. También dicen que, al no encontrarte, regresé a mi cama y me recosté. De ahí nadie pudo moverme.

Dicen los que saben menos que los días transcurrieron en la más completa miseria, que los días y las noches estaban destinados al abismo, que el frío de la habitación heló por completo la casa y todos los que estaban a mi lado salieron sin percatarse de lo que pasaba conmigo. También dice que me quedé con los labios morados por la temperatura y secos a falta de compañía.

Dicen los que me vieron por la ventana que nunca me moví, que se convencieron de que vivía porque mi reflejo seguía en el espejo y porque el vaho de mi respiración empañaba las ventanas de todo el lugar y ellos me veían porque no me podían ver.

Dicen los que me oyeron que mis sollozos les permitían saber que seguía ahí; también dicen que mis lágrimas sonaron cuando me quedé sola esa mañana y que sonaron más cuando todos decidieron que tenía que estar sola para que mis demonios volaran por la habitación.

Yo supe que después de escucharlos abrí los ojos, y supe que los días y los años no habían pasado, que seguías a mi lado como el invierno pasado y como la vida anterior.

lunes, 30 de mayo de 2011

Parafernalia

Necesitaría tenerte aquí,
cerca
más cerca
no tanto, espera
para que deje de extrañarte
[aunque todavía no te extraño tanto
(eso espero, qué difícil sería extrañarte)]

Eres un adorno en mi vida
un adorno bonito, con flores y diamantina
eres las luces, el mar, la vida, el aire
eres
porque no creo que dejes de serlo,
[te va muy bien, lo juro]
eres
y ya.


¿Por qué escribirte?
Para ser
para que seamos
para no ser espacios en blanco
(son incómodos, como arena
te absorben y te vuelven nada)
para que en medio de nuestra infinitud
sepamos que somos igual de finitos
como el punto que termina las líneas de mis manos.

viernes, 22 de abril de 2011

Balas de aire

Cuando cayó sobre mi mano la primera gota de lluvia de abril, no supe si llorar o maldecir al cielo.

Cuando miré las nubes que se juntaban alrededor del sol no supe si preocuparme o enternecerme.

Cuando la pequeña gota se disgregó en miles de espejos luminosos sin que alguien hiciera algo, me pregunté: "¿qué pasó, quién se atrevió a asesinar la única muestra de cordura que quedaba en el mundo?"


Y una voz en mi interior me dijo: "Son las balas de aire. Las mismas que se disparan cuando las cosas salen bien; las mismas que hacen que, el día de hoy, sigas mirando al cielo"

sábado, 2 de abril de 2011

II. Vigilia

Después de todo, permanecer despierta no es tan malo. Los sentidos están más desgastados que mientras se está dormido, la sangre fluye por todo el cuerpo sin lograr distraer al sueño y sin conseguir un despertar a la realidad.

Hay gente que piensa que no puede rescatarme de mí misma, de lo que soy y seré hasta el final de mis días.
Soy miedo, soy sangre y entrañas que duelen, que lastiman; también soy corazón, lógica y desesperación. Soy vida, soy ganas, soy suerte, soy delirio, soy lo que más odian pero también lo que más aman en el mundo. Soy una televisión descompuesta, un animal herido que le aulla a la noche, un bote a punto de naufragar, un estandarte después de la conquista, una bandera blanca de tregua en medio de la guerra y la destrucción.

El mundo es lo mismo que yo, es lo que fui.
Fui cenizas, fui una colilla de cigarro desechada, fui lo mejor y lo peor que les pudo pasar. Fui envidia y coraje, gula y lujuria; fui olvido y recuerdo, fui un eterno retorno, fui lo que soy y lo que no seré, fui dos manos tocándose, fui un beso frente al mundo desechado por el alma.

Hay gente que siente que no podría rescatarme completa, que cree poder rescatar mi cuerpo, pero no mi alma. Hay gente que, en medio de su rescate, planea hundir mi cuerpo en un mar de lodo porque sabe que, a pesar del tiempo, no he aprendido a nadar...


domingo, 6 de febrero de 2011

I. Pesadillas

Mis genes incluyen en suicidio como parte primordial de mi vida. Era una idea que se cristalizó desde el momento en que mi familia comenzó a pensar que más valía quemarse en las llamas del infierno que soportar el castigo de un dios inmisericorde que los mantenía atados al mundo sin la mínima esperanza de sanación.

Hace años planeé una muerte digna, que me permitiera evitar el paso del tiempo, que me dejara escapar de esta realidad mía tan poco satisfactoria; quizá el dolor más grande para mí sería no lograr mis planes como quiero, permanecer en este mundo lleno de tristeza y lágrimas a pesar de mis vanos intentos de sucumbir. ¿Un edificio alto, una pistola, un veneno, sobredosis de drogas? Probablemente sea todo tan efímero que no podría despertarme de un sueño tan voraz, de este agujero negro que se come todo a mi alrededor.

El sudor que corre por mi frente, mis ojos cerrados ante la dureza de mi vida, de lo que pasa en cada milímetro de mi espacio; el vacío bajo mis pies, la sensación de vértigo, de la caída inminente; no despertar más de esta oscuridad que me llena de tristeza, la desesperación...

Y mis ojos se van abriendo poco a poco, sin urgencia alguna, como si quisieran darme una lección de vida... o de muerte.

martes, 28 de diciembre de 2010

La esencia del amor

 

Ahora me tomo la libertad de transcribir un fragmento, quizá uno de los más fuertes (y, para mí, más perturbadores) de Lolita, de Vladimir Nabokov. Es precisamente cuando Lolita ha logrado salvar lo poco que queda de su juventud; la visión de ella por parte de su adorador, Humbert, también ha cambiado, y solamente el amor (aunque degradado por la lujuria) consigue conservar la esencia de lo que Lolita es y lo que siempre será para su amante.

[…] Allí estaba mi Lo, con su belleza marchita, sus manos adultas y llenas de gruesas venas, sus brazos blancos con la carne de gallina, sus orejas lisas, sus axilas descuidadas. Allí estaba mi Lolita, definitivamente ajada a los diecisiete años, con aquella criatura que ya soñaba en su vientre con tener éxito en la vida, hacer mucho dinero y retirarse hacia el 2020 después de Cristo. La miré y la remiré, y comprendí, con tanta certeza como que me he de morir, que la quería más que a nada en este mundo. Ya no era más que el vago aroma a violeta y el eco, débil como el de las hojas muertas, de la nínfula con la que me había revolcado lanzando alaridos de pasión en el pasado [...] Lo que yo solía acariciar entre las zarzas enmarañadas de mi corazón, mon grand péché radieux, se había reducido a su esencia: un vicio estéril y egoísta, del que renegaba y al que maldecía. […] Insisto en que el mundo sepa cuánto quería a mi Lolita, a esta Lolita, pálida y profanada, con otra niña en el vientre, pero todavía con sus ojos grises, todavía con sus pestañas negras, todavía castaña y almendra, todavía mi Carmencita, todavía mía. […] Poco importaría que sus ojos se marchitaran hasta convertirse en los de un pez miope, que sus pezones se hincharan y agrietaran, que su pubis delicado, encantador, aterciopelado, joven, se ensuciara y desgarrara… aún así enloquecería de ternura con sólo ver tu querido rostro pálido, con sólo oír tu voz juvenil y ronca, mi Lolita.

¿Alguna vez alguien los ha amado a pesar de su alma desgarrada? ¿Alguna vez amarían a alguien con heridas tan profundas? ¿Le harían tanto daño a quien más aman en el mundo?