domingo, 5 de septiembre de 2010

Caída

Gotas que resbalan por la ventana. Más allá la música de un automóvil acelerando a toda velocidad a media avenida; un frenado intempestivo que seguramente dejó el pavimento marcado como con gis negro, indeleble.

Y ese no saber dónde estás, de dónde vienes ni a dónde vas.

Incongruencia del cielo, que muestra su cara más soleada mientras gruesas gotas arremeten contra todo lo que hay a su alrededor. La gente corriendo bajo la lluvia, cubriéndose con un paraguas, una gorra, con sueños, con desesperación, con cualquier cosa que esté a su alcance.

Y el silencio roto por la melodía de la tormenta.

Los niños invencibles que juegan en medio de la calle ante los gritos incesantes de las madres que intentan salvarles la vida mientras ellos creen vivirla entre los riesgos y la incertidumbre.

Y no pensar en ti, porque no sabes qué pensar, ni si debes preocuparte por tí.

La lluvia que no cesa, el tiempo que transcurre y te atropella, la noche que te aplasta, el ruido que no se va, el silencio que no llega y que no llegará aunque lo llames.

Y sentir que algo se desborona dentro de ti.

La interminable melodía de la hierba bajo el agua, de los techos golpeados. Las ventanas empañadas, las puertas selladas bajo la promesa de reabrirse cuando pase todo, cuando se termine el sufrimiento del cielo que clama y sufre ante la mirada callada de todos los que lo ven llorar sin saber cómo consolarlo.

Y no saber qué se ha caído en tu interior. No poder pensar, ni sentir, ni llorar...